Llegados al río los monitores de la actividad, revisan el material, hinchando las barcas y colocando los remos necesarios en cada una de ellas. Tras esto se nos dan las pautas de seguridad, sin quitarle a esto el hierro que requiere pero con un humor que parece caracterizar a nuestra monitora Conchi, que a pesar de que todos nos reímos mucho prestamos mucha atención a todo lo que nos dice porque en el fondo todos estábamos algo nerviosos.

Tras unos primeros metros en los que el río está tranquilo nos acompaña una fuerte lluvia y junto con ella empezamos a ver a lo lejos nuestro primer rápido. En nuestra barca solo se le escucha a Conchi dar indicaciones y bromear pero nosotros vamos concentrados en remar y en el rápido que cada vez parece estar más cerca. Antes de entrar en el, recibimos unas indicaciones y nos disponemos a remar con fuerza, y le hacemos frente, la emoción es máxima y en seguida caemos en la cuenta de que mantenernos dentro de la barca va a ser muy difícil pero tras salir de el la cosa se va animando y empiezan a oírse las primeras voces. En los siguientes rápidos hay rotaciones en las posiciones de la barca, caídas, algún que otro bañito en la desembocadura del río, Conchi nos empapa de conocimientos acerca del entorno del río y de algunos de sus habitantes más famosos, las lampreas. Tras una hora de descenso y ya con una mejora del tiempo, nos dejan tirarnos desde una roca con la suficiente altura como para pensárselo pero ante la insistencia de los monitores y la seguridad que nos aportan sus indicaciones, prácticamente la mayoría decidimos subir a la roca y saltar. Pero no solo eso en el último rápido ya no lo bajamos sobre la barca, si no que bajamos de ella. Y tras salir del rápido la bajada parece llegar a su fin, realmente asombrados en como habían pasado las 2 horas al igual de rápido como los rápidos del río Miño.
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